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Tic, tic, tic.

  • Foto del escritor: Guillermo Furlong
    Guillermo Furlong
  • 4 ago.
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 6 ago.


"Si encuentras en tu camino a un hombre que va llorando,

Dile que a diario en mis rezos, su nombre voy pronunciando."

— Lorenzo de Monteclaro / Ese señor de las canas



No lo hacías a propósito. Te levantabas de madrugada, como si el cuerpo supiera cuándo moverse, sin necesidad de reloj ni motivo aparente. Yo te escuchaba desde la cama, sin atreverme a asomar la cabeza. La casa era muy grande, muy vieja, muy oscura. Me daba miedo. Pero entonces, desde la cocina, comenzaba a sonar: tic, tic, tic.


Era tu cuchara. Batías con calma tu té. No uno de bolsita como los de ahora, no. El tuyo llevaba hierbas que tú mismo habías recogido durante el día. Hierbas que conocías como se conoce a los nuestros: por su olor, por su forma, por el efecto que tienen en nosotros y en el cuerpo. Esa sabiduría tuya, que venía del campo, del pasado, de cosas que nadie explica del todo.


Mientras escribo, me doy cuenta de que nunca hablamos del miedo, Tito. Nunca te dije que tenía miedo a la oscuridad de la casa. Y tú nunca dijiste nada. Pero en el fondo lo sé: tú sabías.


Sabías que yo no dormía bien, que el miedo me dejaba los ojos bien abiertos en medio de la noche. Y por eso me gusta pensar que ese sonido tuyo, tan simple, era una forma de decirme: “Si estás despierto… si tienes miedo… estoy aquí.”



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No encendías la luz. No cruzabas palabras. Solo batías tu té. Y yo, del otro lado de la pared, respiraba más tranquilo.


Con el tiempo creí que el miedo era algo que se quedaría atrás. Pero no. El miedo solo cambio de forma. Ya no vive en la oscuridad de la casa, vive en otras cosas: en la incertidumbre, en el paso de los días, en lo que uno calla. El miedo, Tito, sigue conmigo.


Hoy hice té. No sabía bien cómo hacerlo. No tengo tus hierbas ni tus manos. Pero herví el agua, lo vertí con cuidado y me detuve un momento frente al azúcar: no recordé si tú la usabas. En ese instante, la casa no fue tan oscura. El miedo no fue tan espeso y juro que a lo lejos me pareció escuchar: tic, tic, tic.


 
 
 

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